Un día, Fuencisla conoció a una niña que no tenía abuelos. A ella le pareció muy triste y le sorprendió mucho, porque casi todo el mundo que conocía tenía abuelos. ¿Cómo podía ser? Ella no se imaginaba un mundo sin abuelos. Rosalinda le preguntó qué eran para ella sus abuelos y Fuencisla se lo explicó detenidamente:
“Mis abuelos me cuidan cuando estoy malita y papá y mamá tienen que ir a trabajar. Me dan la medicina y me tienen calentita. Para mí son los mejores médicos, ¡encima nunca me pinchan!”
“Me llevan y me recogen de la guardería para que no esté tanto tiempo en ella, son mis mejores niñeras.”
“Mis abuelos, que me abrazan y me besan constantemente, que aunque no son unos niños tantas veces lo parece, me hacen reír, me suben a caballito, me enseñan a construir torres y a dar mis primeros pasitos. Son mis mejores compañeros de juego.”
“Aunque parecen mayores son inagotables. Mira, yo no paro, pues ellos siempre están ahí conmigo, regalándome sus sonrisas y caricias y evitando que me caiga y me meta en todos los peligros de la casa. Tienen más que cuatro ojos. Son unos grandes policías, saben lo que va a pasar y evitan que ocurra.”
“Mis abuelos me hacen la comida que más me gusta, me preparan croquetas, macarrones, arroz y siempre está lleno el frigorífico de cosas ricas para mí. Son los mejores cocineros del mundo. Y no digamos cuando me dan golosinas y chuches. No importa si he comido mal, siempre hay un premio para su nieta favorita. Mis abuelos son mis ídolos.”.
“O cuando les dicen a papá y mamá, ‘Pobrecita, no la hagáis llorar’. Son mis grandes defensores, los mejores abogados del mundo.”
“Mis abuelos, que me acurrucan y me besan para que me duerma, que me cuentan las historias más increíbles de cuando ellos eran pequeños y me cantan canciones populares, son unos grandes actores.” “No hay otros como ellos. Les miro y se les ilumina la cara, me recuerdan a mi papá y a mi mamá, se parecen mucho a ellos con unas arrugas de más y mucho más listos; siempre lo saben todo, además papá y mamá aprecian mucho sus consejos. Mis abuelos son unos sabios.”
Rosalinda estaba encantada de saber todo eso de los abuelos de Fuencisla pero en sus ojos asomaban unas lágrimas de pena. Así que Fuencisla le dijo, “es una pena que no tengas abuelos, pero los míos pueden ser tuyos también. Son las personas más generosas del mundo, puedes venir todos los días a jugar conmigo al parque, mis abuelos jugarán con las dos, nos contarán historias a las dos, estarán pendientes de las dos para que no nos pase nada, nos traerán chocolatinas a las dos, y así sentirás lo que es tener abuelos”.
Desde aquel día Rosalinda no se sintió nunca más triste, encontró en los abuelos de Fuencisla a esas maravillosas personas que eran y muchas veces les llamaba abuelos como lo hacía su propia nieta. Lo que ambas niñas tenían claro es que era maravilloso tener abuelos y que tenían que disfrutar de ellos lo máximo posible.
Un cuento de Mercedes Redondo Martín